viernes, febrero 22, 2008

El Príncipe negro, de Iris Murdoch

Iris Murdoch
El príncipe negro.
Ed. Lumen, 2007.
Páginas: 562

Bradley Pearson, ex inspector de hacienda y escritor, de 58 años, divorciado y sin pareja, asume los papeles de protagonista y narrador. Al comienzo del relato su trabajo literario se encuentra en dique seco. En esa situación de anodina calma, la llamada de Arnold Baffin, pidiéndole que vaya a verle porque “cree que ha matado a su mujer” (un primer párrafo genial), inicia una sucesión de episodios que destrozarán su vida al tiempo que el relato de los mismos le propiciará un éxito literario que ya no podrá disfrutar.
El universo de la novela se ciñe a las relaciones entre siete personajes: Bradley, Arnold, Priscilla, Christian, Rachel, Julian y Francis. Las circunstancias personales de cada uno, las relaciones con Bradley y las que éste supone entre ellos, permite que la autora se explaye sobre el matrimonio, los problemas de las mujeres a cierta edad, el arte y el artista, el oficio de escribir, el amor y el enamoramiento, la envidia y los celos, el despecho, la justicia, la verdad, consiguiendo que en El príncipe negro, brille la mezcla de géneros: es una novela de acción, psicológica y contiene páginas memorables de reflexión ensayística sobre los grandes temas que afectan a los hombres.
Destacaría los siguientes aspectos de la novela:
- la relación amor-odio entre Bradley y Arnold. Esta pareja muestra sentimientos que se suelen dar entre escritores. Arnold es un triunfador, escritor prolífico de novelas ligeras que convierte en best-sellers. Bradley (padrino de Arnold y mayor que él) se considera un artista, aspira a la perfección, se cree superior, pero no tiene éxito, ni de público ni de ventas, no es famoso. Envidia, celos, dominación, respeto, son sentimientos siempre presentes entre ellos, controlados por la necesaria pose que acompaña a los intelectuales, que pueden desbocarse en momentos límites para dar paso al desquite, el odio, lo impredecible.
- Rachel provoca esos momentos. Pone en evidencia el papel de Arnold como marido maltratador y, por una vez, sitúa a Bradley en posición dominante. Rachel, ama de casa, esposa del hombre famoso, siempre en segundo plano, consentidora de las infidelidades de su marido, infravalorada, se aferra a Bradley como el náufrago a un madero. Primero pide amor, luego amistad. Cuando se cree instrumentalizada actuará la mujer despechada y concretará su venganza, inteligente e inmune, sobre los dos hombres que le han importado en su vida. (“No hay furia en el infierno que iguale a una mujer despechada”).
- Julian, hija de Arnold y Rachel, provocará el estallido de sentimientos adormecidos. En Bradley un enamoramiento intenso (entre hombre maduro y jovencita), demencial, que adopta una forma solipsista en principio. Las páginas que tratan la evolución de su amor por Julian son magníficas, traslada su estado de ánimo cambiante, sus contradicciones internas, el conflicto consigo mismo, un hombre engreído que se niega a halagar la vanidad femenina mostrándole sus sentimientos, la quiere pero no le interesa, todo un autoanálisis reflexivo. Pero, ¿no podría tratarse, ese amor repentino, de un componente de sus ganas de hacer daño a Arnold, un gesto de crueldad, una forma de apartar a Rachel? ¿Y una excusa para desentenderse de sus obligaciones en cuanto a su hermana? El comportamiento de Bradley con su hermana refleja un egoísmo atroz y muestra que las reacciones humanas son capaces de adoptar conductas que rebasan cualquier límite moral establecido. Por el contrario, Julian, a pesar de su edad, mostrará una madurez sorprendente ante la confusión de los adultos.
- Priscilla, la hermana de Bradley, surge en escena en el peor momento y de la peor manera. Una mujer acabada, que envejece y se ve abandonada, física y mentalmente enferma, patética, cuya mera presencia molesta, con una enorme carga de frustración y culpa encima. La descripción de Priscilla como producto de su historia (el ambiente familiar, el aborto clandestino, la boda envuelta en engaños, el fracaso matrimonial, la esterilidad), constituye en sí misma una novela y resulta tan precisa que el lector consigue verla aferrada a una estola de visón y cuatro baratijas que le devuelvan algo de dignidad. Murdoch estereotipa y lleva al máximo la situación de las miles de Priscillas que pueblan el mundo.
- Christian, ex esposa de Bradley, representa otro modelo de mujer, la que sabe sacar partido de su atractivo, la que contempla el matrimonio como inversión de futuro, la que actúa consciente de su poder femenino y de la importancia de poseer dinero.

La novela discurre con un ritmo trepidante. De hecho, Bradley está a punto de iniciar un viaje, con las maletas hechas, cuando la primera llamada de Arnold lo impide. Cada vez que se prepara para viajar surge alguien que lo hace imposible y viene a añadir un elemento de embrollo más a la trama. Evoca una sucesión de puestas en escena teatral pues cada nuevo personaje que irrumpe sin avisar en la vida de Bradley aportará su carga problemática que, a partir de entonces, va a interferir con la de Bradley con una exageración decidida por la autora.
Bradley escribe el relato desde la cárcel, condenado por el asesinato de Arnold, amigo del que envidiaba su talento, impulsado por la necesidad de que el mundo conozca su versión de los hechos, su verdad. ¿Pero es ésta la verdad? Aquí, al final, Iris Murdoch se muestra como una gran confabuladora de ficciones y con habilidad para estructurar los textos, pues retuerce la historia al permitir, a través de un imaginario editor que pide opinión del relato autobiográfico de Bradley a los testigos directos e intérpretes de la misma, que se sumen cuatro puntos de vista más: Christian aprovechará para hacer publicidad de sus negocios y tachar a se ex marido de loco; Rachel, desde su posición de viuda respetada se mostrará sibilina y perversa al saber poner en cuestión la versión de Bradley, pero no sabrá ocultar los celos y la envidia; Julian lo reducirá a la historia de un viejo y una niña que desea olvidar; Francis Marlowe proclamará la homosexualidad y el masoquismo de Bradley (temor y odio a las mujeres) y se dará a conocer como psicólogo.
Iris Murdoch proclamó que el arte se ocupa de la verdad y no puede mezclarse con el amor y la política, que la literatura es arte y que tanto el amor como el arte prometen felicidad. En esta novela revela que la verdad es escurridiza, la condición humana rastrera, olvidadiza, vengativa e injusta, e incapaz, cada uno, de escapar a su sino, que el amor se ocupa de la posesión y la vindicación de uno mismo y que, quizás, el mundo pueda ser descrito como un lugar de sufrimiento. También que los intelectuales y artistas, en el sentido más selecto de la palabra, no están excluidos de la sordidez de las relaciones humanas, sometidas al dictado de las pasiones.
Una novela que me ha interesado desde el principio, a pesar de cierto exceso en el desarrollo de algunas ideas más propio de otro tipo de género, en la que destacaría la profundidad en el diseño de los personajes. No dudo de calificarla de alta literatura y conincido con Álvaro Pombo (que escribe el prólogo) en que su lectura proporciona un auténtico placer intelectual.

María García-Lliberós.