domingo, febrero 25, 2007

Llámame Judas, de Guillermo Galván

"Llámame Judas"
de Guillermo Galván.
Premio Alfonso VIII de Novela.
Ed. Edaf, 2006,

De Guillermo Galván (Valencia, 1950) había leído dos novelas: Aislinn (2002), una novela histórica y de aventuras y De las cenizas (2004), con una trama complicada en torno a un grupo farmacéutico, en la que no falta acción ni amor. Ambas reflejan el estilo de la literatura de Galván, al que no es ajeno Llámame Judas.
En un primer momento sentí, respecto a Llámame Judas, cierta prevención derivada del título. Me dejé llevar por un prejuicio que me hizo suponer que el autor había sucumbido a la moda surgida tras el Código Da Vinci, que ha supuesto la proliferación de libros sobre Templarios, sábanas santas y misterios escondidos entre catedrales. Una vez leída mis reparos han desaparecido. Llámame Judas tiene atractivos literarios para funcionar al margen de las modas. La trama transcurre en nuestros días, y se encuentra próxima a la novela negra.
Los ingredientes de este género son: un argumento alrededor de un misterio por descubrir que suele incluir algún cadáver, un protagonista narrador que asume la investigación y posee una filosofía propia, un toque de romanticismo irónico, amargura y sentido del humor derivado de una sabiduría cáustica sobre la realidad.
En Llámame Judas, Ángel, un periodista prejubilado y con tiempo disponible, se propone sustituir el periodismo por la literatura. Acudirá a la Biblioteca Nacional a documentarse para escribir una novela, lugar donde picará el anzuelo echado por otra persona, anónima, escondida tras el nombre de Dama de Pcas, inteligente, astuta y que no descubrirá su identidad, para conseguir que se transmute en detective y dedique sus esfuerzos a seguir la pista de otra investigación. Llámame Judas toma la forma de una crónica de los sucesos acaecidos desde entonces.
La historia se remonta a 1949 con el cuerpo de un dominico flotando en las aguas del río Arno en Florencia. Un asesinato silenciado por la prensa. Más tarde, en 1964, aparecerá el cadáver de un anticuario en las aguas de un embalse en España. Todavía ocurrirá un tercer asesinato, el de un restaurador arqueológico, propiciado por las indagaciones de Ángel. Resolver estos enigmas es el juego propuesto por Dama de Picas. La existencia de un documento escrito en arameo, descubierto en 1946, cuyo contenido demostraría que Judas fue un cómplice de Cristo que provocó su propia detención y calvario, sirve el conflicto de intereses que mantendrá en tensión creciente al lector.
Nos encontramos pues ante una novela que añade a las características propias de las de misterio, una invitación a las conjeturas, que cuestiona las "verdades" sobre las que se sostienen ideologías y religiones decisivas en el curso de la Historia, que han encendido pasiones y motivado crímenes. La novela se lee con enorme interés porque Galván escribe bien, sabe dosificar los ritmos y perfila con cariño sus personajes (a destacar el de Araceli Zúñiga, traductora y erudita, y el comisario franquista López Pachón). Además de pasar un buen rato, caerán en el placer de la reflexión libre que, con probabilidad, le conducirá a un análisis de los tiempos que nos toca vivir.
María García-Lliberós
Reseña publicada en POSDATA, suplemento cultural de LEVANTE, el 23.02.07

martes, febrero 06, 2007

"El abrecartas", de Vicente Molina Foix

447 páginas.

"El abrecartas" no es una novela corriente. Sorprende por su estructura compleja, por su técnica narrativa, apoyada en el carteo entre sus personajes, por la ausencia de diálogos y ser, al mismo tiempo, una narración en que los actores no hacen otra cosa que hablar entre ellos, por la presencia de múltiples voces conseguida a través de un trabajo exquisito sobre el lenguaje y por las historias que nos cuenta, varias, pues también es una novela de novelas, enlazadas de forma sutil. Una narración ambiciosa en su planteamiento y resuelta con brillantez. Aporta, además, un punto de vista nuevo, diverso y esclarecedor de la historia de España, entre 1920 y 1999, desde el impacto que los grandes hechos políticos tuvieron en la vida cotidiana de muchas personas.
La relación triangular, de amor, desamor y amistad entre tres personajes ficticios -Alfonso Enríquez, preso en el penal de Ocaña y luego en el Valle de los Caídos, ex profesor universitario, su mujer, la bella actriz Manuela Riera y la locutora radiofónica Setefilla- adquiere el carácter de eje vertebrador del relato. La historia que les atañe tiene suficiente entidad para sustentar por sí sola una novela entera, sin embargo, la gracia está, precisamente, en la diversidad de episodios colaterales que crecen a partir de este tronco principal.
Puede analizarse la novela distinguiendo dos mitades. La primera alcanzaría a las cartas fechadas entre 1920 y 1964 y es la parte donde se encuentra la mayor densidad y tensión de la trama y la que aporta información más relevante que afecta a aspectos poco conocidos de personajes célebres. La segunda abarcaría desde 1964 a 1999, e incluye un desenlace, personificado en el final de Ramiro Fonseca, en el que el esperpento, la ironía y la tristeza se funden al dirigir nuestra mirada crítica al pasado franquista.
Vicente Molina Foix, en un juego literario atrevido e innovador, inventa sus criaturas y las pone en contacto con personajes sacados de la vida real. Así, convierte en protagonistas a Federico García Lorca, Miguel Hernández y Vicente Aleixandre, entre otros. Este último, a quien tuvo la suerte de conocer, mantuvo una relación amorosa con el joven Andrés Acero -el autor ha mantenido también el nombre auténtico del amante-, truncada por el exilio tras la guerra civil. La carta imaginada, entre Acero y el poeta Carlos Bousoño, encontrándose ambos en México, que da cuenta de estos amores prohibidos es, tal vez, uno de las confesiones de amor más bella escrita en lengua española, aparte del aliciente morboso que aporta al texto esta información.
La novela está poblada por una treintena de personajes. Destacaría la figura de Trinidad López, alias Ramiro Fonseca, soplón de la policía franquista cuyo trabajo consistía en infiltrarse en los círculos intelectuales para espiar y denunciar. Sus escritos toman la forma de informes dirigidos a sus superiores. El lenguaje burocrático del fascismo, las ínfulas literarias de Fonseca y su ansia de protagonismo, se reflejan en unas páginas deliciosas en las que hasta las palabras y frases tachadas por sus superiores o las acotaciones de éstos en los márgenes cobran sentido. Escribe con rencor y se muestra patético. Espió a Eugenio d'Ors, su entorno (Tápies, Oriol Bohigas) y "sus reuniones artísticas de presumible sustrato separatista", a Enrique Múgica Herzog y los comienzos del SEU en la Universidad española, a Fernando Sánchez Dragó, explayándose en la vida disipada de éste, y hasta a Ortega y Gasset, a quien tilda de librepensador, extranjerizante, tenido por santón entre intelectuales y comunistas. Acumuló objetos pertenecientes a sus víctimas (la lista de los mismos no tiene desperdicio y da cuenta de una mente trastornada), por vicio y como inversión de cara al futuro. Un personaje logrado por completo, impagable, que consigue la piedad del lector gracias a la chispa de humor con que el autor envuelve todas sus andanzas.
En la segunda mitad, a través de las figuras de Moncho (valenciano, becado en la universidad de Basilea), Miguel Soler, Begoña y Paqui (también vigilados por el incansable Fonseca), el autor nos muestra la España de los viajes a Francia para ver cine y comprar libros prohibidos, el impacto de la muerte de Julián Grimau, los viajes a Londres para abortar, la promiscuidad entre los jóvenes universitarios (todavía el sida no había hecho sus estragos) e, incluso, la emigración de trabajadores españoles a Suiza y Alemania y las terribles condiciones de vida que soportaban, a diferencia de los que se protegían en las universidades para estudiar. Otro personaje excelente es Angelico (y sus cartas a su esposa auténticas joyas literarias) diseñado como un símbolo de la injusticia social y un grito de protesta contra las sociedades democráticas europeas que construyen su prosperidad a base de la explotación de personas.
En 1976, con Franco muerto, el carteo entre Begoña, salida de la cárcel con la amnistía, y Francis Aguilar, periodista de Fotogramas, recrea la vida de Maenza, mítico realizador cinematográfico de películas nunca estrenadas, que más parece un homenaje y cuya importancia en el conjunto del libro, a tenor de la extensión dedicada, resulta excesiva.
"El abrecartas" es una buena novela cuya escritura requiere oficio, mucha cultura, documentación y fantasía. Además de sentido del humor para repasar un pasado ominoso desde la distancia reflexiva, y lucidez para hacérnoslo soportable. Rescata la carta como un medio rico y ameno de comunicación entre las personas. Vicente Molina Foix con esta obra nos hace una exhibición de madurez. Personajes como Fonseca, Setefilla, Angelico, Acero, Alfonso Enríquez, llegan al alma del lector, por su personalidad intrínseca y diseño y porque, algunos, podríamos ser cualquiera de nosotros si hubiésemos vivido sus mismas circunstancias. Una lectura muy recomendable.
María García-Lliberós

sábado, febrero 03, 2007

"Los girasoles ciegos", de Alberto Méndez

"Los girasoles ciegos", de Alberto Méndez
Ed. Anagrama.


Esta "novela" se estructura a través de cuatro relatos breves vinculados entre sí de manera sutil -cuatro derrotas, dice el autor- que transcurren en el período 1936-1942.

Primer relato (o primera derrota): Si el corazón pensara dejaría de latir.
El capitán Alegría, abandona el ejército de los sublevados en vísperas de la toma de Madrid, y se entrega al enemigo: se rendía a unos vencidos, porque había llegado a la conclusión de que los suyos no querían ganar la guerra, sino matar al enemigo. Un pensamiento de gran hondura que refleja el odio abismal instalado entre los dos bandos, todos españoles.
Estilo cuidadísimo. La gran literatura siempre atiende la forma. Prosa precisa, directa, poética, para contener mucha inteligencia condensada y personalidad. Frases geniales como cuando descubre que está vivo entre los muertos fusilados: "Alegría siempre habló de este momento como de un parto".
O la que escribe antes de suicidarse sobre los soldados que vuelven a sus hogares después de una guerra: ya no son ellos sino unos extraños, porque la guerra convierte a todos en vencidos.

Segundo relato (o segunda derrota): manuscrito encontrado en el olvido.
Cuenta el periplo de un poeta joven que huye, en 1940, de los vencedores con su mujer embarazada hacia las montañas. La mujer dará a luz y morirá después. Impresionante la imagen del bebé junto a su madre muerta. En un diario el poeta irá contando su miedo y sus reflexiones:
"¿Cómo se corrige el error de estar vivo? ¡He visto muchos muertos pero no he aprendido cómo se muere uno"
"Morir no es contagioso, la derrota sí"
"Yo no hubiera dejado (de haber vencido) que mis enemigos huyeran desvalidos, yo no hubiera condenado a nadie por ser un poeta"
Páginas magistrales para poner al descubierto el sufrimiento absurdo que provoca una guerra.

Tercera derrota (1941): el idioma de los muertos.
El coronel Eymar, preside un tribunal militar, y tenía un hijo, Miguelito, "el héroe de su estirpe que había muerto sólo para ser vengado".
El soldado republicano Juan Serra conoció a este miserable, que fue fusilado por delitos comunes, cuando estaba preso.
El soldado Serra debe ser juzgado por Eymar que descubre que compartió los últimos días de su hijo y quiere saber. También su esposa. Así, como una Sherezade, con mentiras hacia una madre desolada, irá transformando al canalla en héroe, y consiguiendo una noche más de vida.
Este relato extraordinario lo he leído sin aliento.

Cuarta derrota: Los girasoles ciegos.
Madrid, 1942. La historia de un topo republicano al que la familia protege escondiéndolo del mundo. Desde su escondrijo contempla impotente y horrorizado el acoso sexual a su esposa por parte de un diácono, profesor de su hijo, lo que le conducirá a un final trágico.
Está contado desde tres puntos de vista: la del niño que una vez adulto recuerda aquellos tiempos en que vivía dividido entre dos mitades, la lóbrega y la luminosa; la del diácono, que atribulado por la culpa escribe una confesión; y una tercera voz omnisciente que aporta objetividad al relato.
Tiene enorme fuerza expresiva.

Los argumentos son tremendos y la forma de contarlos bellísima y muy intensa.
Una novela que no debería dejar de leer ninguna persona con sensibilidad.